Exposición no. 10.- Painted faces. Exposición colectiva de pintura, dibujo, fotografía y escultura. Del viernes 9 de septiembre al jueves 14 de octubre de 2016.
Cualquier retrato que sea pintado con sentimiento, es un retrato del artista y no del modelo.
Oscar Wilde
El retrato ha jugado un papel importante en la historia del arte, principalmente en la definición del clima político y social de cada época. El retrato contemporáneo, sin embargo, se ha vuelto cada vez menos representacional y cada vez más conceptual, abordando las complejidades de la identidad personal a través de temas como la niñez, la pérdida, el género, el anonimato, la tragedia, la expresión, etc. Esta exposición de 28 obras y 25 artistas, muestra un grupo muy diverso en la exploración de este tema y la lucha de problemas similares de lo que significa ser un individuo.
En Sonreír sin mirar a quién de Norma Patricia Rodríguez y Niño tribu Surma de Elia Amador, las artistas nos muestran una cálida belleza autóctona de dos pequeñas personas que podemos reconocer como parte de un ambiente rural y que contrastan con la obra Niña burbujas de Alan García, en la que el artista nos presenta a una niña, muy probablemente citadina, jugando con pompas de jabón. En los tres casos, nos remiten a esa posición vulnerable en la que se encuentran todos los niños, de lo que puede significar el hecho de crecer: la pérdida de la inocencia.
Esta sensación, para algunas personas manifestada como ansiedad, se ve reflejada en la obra Óyeme como quien oye llover de Alan G. Rodríguez (Frijolais), en la que con su exigente estilo de close-up hiperrealista, nos provoca una sensación de cercanía con la adolescente anónima, que raya en la intimidad.
En contraste, la pérdida de la inocencia para muchas otras personas, se vive como un estado de ilusión. Esto se puede ver en la obra Una mirada al espejo de Ingrid Sosa, en la que con su paleta de colores característica y texturas complejas nos muestra a una adolescente emocionada, experimentando su innata coquetería. En esa misma sintonía, aparecen jóvenes en poses seductoras, que se pueden apreciar en las obras Errores de FbnVO, Niña de Saúl de León, Lady Blue de Gorcha y Sin título I de Araceli Rodríguez, obras marcadas por un aire idealizado, casi reverencial, conmovedor e incluso empalagoso.
Por otro lado, nos topamos con rostros de mujeres que irradian otro tipo de energía, que han dejado a un lado la inocencia y la seducción para mostrarse seguras frente a su propia naturaleza, como se puede apreciar en Bella Aya de Rowshkey, con un estilo más suelto y libre en Mujer fuerte de Krogalac, con una conducta natural y espontánea en Vacaciones de Mel, e incluso en Aire de Bárbara Barrera, en la que la figura anónima parece no ser consciente de ser fotografiada.
Los colores brillantes y forma orgánicas que flotan alrededor del lienzo de Quisiera ser ella de Marcia Donato, enfatizan la imagen central, con la que la artista se afirma en plena conciencia, como distinta a la protagonista de su obra. En este sentido, el retrato otorga la posibilidad de disfrazarse, como sucede en la obra Sin título II de Araceli Rodríguez, Carnaval de Gloria Rivera, Autorretrato de Xatrid y C de Fabián. En todas ellas, en mayor o menor medida, los personajes se ven acosados por el reconocimiento de su verdadera identidad. Y en el colmo de la personificación, como entidades inexistentes y un tinte sangriento se encuentran las obras de La muerte de Cíclope de Nebleo y Khaleesi de Elia Amador.
Alejándose un poco de la literalidad del retrato, pero siguiendo en la línea de lo sanguinario y lo anónimo, se encuentra la obra La atemporalidad de una tragedia de Jordy Israel Alemán Romero, con la que nos encontramos con una escena en la que pareciera que acaba de cometerse un crimen, que aun cuando ha dejado huellas, los únicos verdaderos testigos de la transgresión son dos retratos y quizá también la obra Here is Johnny de Oscar Garduño, que pudiera situarse en esta ocasión en el papel de testigo o asesino.
Bajo un estado de ánimo similar, se encuentra la obra Maniaco del humo de Frank Medellín, en la que el gesto del retratado nos señala una actitud ansiosa que se ve sosegada por un cigarro. Esa misma cualidad casi esquizofrénica la vemos expresada en Meditación continua de Mateo Pineda, a través de la cual, a pesar de esa aparente demencia, la protagonista declara que no le gustaría ser inmovilizada o descubierta.
Por último, en una faceta más abstracta, se encuentran las obras Introspección I e Introspección II de Jafet González Gómez y Porque el deseo gira en espiral de Verónica Rabell. En las primeras, bajo una estética mínima y una serialidad que tipifica, el artista nos muestra una inclinación al arte oriental antiguo, mientras que, en la segunda, haciendo uso de técnicas digitales, la artista nos trae de vuelta a la contemporaneidad. Red head de David Cruz, queda entonces como el extremo de la reducción, dejando solo un esbozo de lo que conforma un rostro: un par de ojos, una nariz y una boca.
Podemos concluir que para cualquier regla que pudiera utilizarse para definir un retrato, siempre habrá una obra que desafíe esa regla. En un momento determinado, el retrato parecerá ser más que un género, sino una constelación borrosa de las directrices sugeridas hasta ahora.